domingo, 18 de marzo de 2012

La tarea Urgente de la Educación

Carta del Papa sobre la tarea urgente de la educación

He querido dirigirme a vosotros con esta carta para hablaros de un problema que vosotros mismos experimentáis y en el que están comprometidos los diferentes componentes de nuestra Iglesia: el problema de la educación. Todos nos preocupamos profundamente por el bien de las personas que amamos, en particular de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Sabemos, de hecho, que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Debemos, por tanto, preocuparnos por la formación de las futuras generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, por su salud no sólo física sino también moral.


Ahora bien, educar nunca ha sido fácil, y hoy parece ser cada vez más difícil. Lo saben bien los padres de familia, los maestros, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. Se habla, por este motivo, de una gran «emergencia educativa», confirmada por los fracasos que encuentran con demasiada frecuencia nuestros esfuerzos por formar persona sólidas, capaces de colaborar con los demás, y de dar un sentido a la propia vida. Entonces se echa la culpa espontáneamente a las nuevas generaciones, como si los niños que hoy nacen fueran diferentes a los que nacían en el pasado. Se habla, además de una «fractura entre las generaciones», que ciertamente existe y tiene su peso, pero es más bien el efecto y no la causa de la falta de transmisión de certezas y de valores.


Por tanto, ¿tenemos que echar la culpa a los adultos de hoy que ya no son capaces de educar? Ciertamente es fuerte la tentación de renunciar, tanto entre los padres como entre los maestros, y en general entre los educadores, e incluso se da el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel o incluso la misión que se les ha confiado. En realidad, no sólo están en causa las responsabilidades personales de los adultos y de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben esconderse, sino también un ambiente difundido, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, en última instancia, de la bondad de la vida. Se hace difícil, entonces, transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles sobre los que se puede construir la propia vida.

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